miércoles, 4 de junio de 2008

Hipocondría: "Doctor me siento mal..."



La hipocondría o el llamado síndrome del 'mal oscuro' se comporta como una planta. Cuando se habla de la enfermedad que cree padecer una persona, es como si se regara la planta con un fertilizante especial que la hace crecer más y más, por lo que conviene establecer un pacto de silencio y limitar así su crecimiento.

Considerada hasta fechas recientes por la psicología como una alteración secundaria y rechazada por médicos hastiados de interminables consultas y quejas de irresolubles -por inexistentes- enfermedades físicas, la hipocondría ha empezado a recibir la necesaria atención sólo en los últimos 20 años. Y eso que ya los sabios de la Grecia clásica, con Hipócrates a la cabeza, describieron, hace más de 2.000 años, esta enfermedad, que consideraban orgánica.

En la actualidad, la hipocondría se define como un trastorno mental caracterizado por el miedo a tener o por la convicción de padecer una grave enfermedad orgánica, a pesar de que las exploraciones médicas la hayan descartado. Desde el punto de vista clínico, se diagnostica cuando su duración es superior a los seis meses, causa malestar significativo (en forma de angustia y depresión), interfiere en la normal satisfacción de las necesidades sociales y laborales del enfermo, y no se puede explicar por otras patologías como el delirio, la ansiedad generalizada, el trastorno obsesivo o la depresión mayor.

En general, los sujetos que padecen este trastorno han vivido de cerca la enfermedad durante su infancia, ya sea en carne propia o en la de alguna persona muy cercana (abuelos, hermana o amigo muy querido). Es habitual encontrar a familiares directos que han sido hipocondríacos y han actuado como modelos de quejas o de sobrepreocupación por cualquier menudencia como un simple resfriado, o que han muerto de forma súbita. Estas experiencias les llevan a sentirse muy vulnerables, a tener conciencia de que, en cualquier momento, pueden morir o sufrir una enfermedad terminal, y empiezan a estar alerta ante cualquier señal en su cuerpo que les indique que esto está a punto de suceder.

Sobrepreocupación y ansiedad

Aquí empieza el problema: la sobrepreocupación por llegar a padecer una enfermedad mortal les lleva a desarrollar una atención constante ante cualquier cambio fisiológico significativo, en especial a los relacionados con su experiencia: si el abuelo murió de una crisis cardiaca, estarán muy atentos a los cambios que se producen en su propio corazón. Dado que están muy activados y muy atentos, es de esperar que los constantes cambios que se producen en el organismo, en su continua adaptación al entorno, no sólo sean percibidos, sino que sean amplificados gracias a la atención selectiva que les presta.

Ayuda al enfermo

El punto de partida es la aceptación del trastorno y el tratamiento con una atención especializada. A continuación es necesario que visite a un médico de su confianza, que le remitirá a un especialista en salud mental (psicólogo o psiquiatra). En los casos en que se hace difícil apartarle del convencimiento de que padece una enfermedad orgánica que no saben diagnosticar y de que rechaza sufrir un trastorno psicológico, conviene que llegue a aceptar que su actitud ante la enfermedad no sólo no le ayuda a superarla, sino que va 'contagiando' de malestar el resto de su vida: su estado de ánimo, sus relaciones sociales, el desempeño laboral y su tiempo de ocio, y que algo diferente debe de hacer, para que algo diferente ocurra. Para conseguirlo, puede acudir a un especialista psicólogo 'sólo' para que 'le ayude a sobrellevarlo', sin entrar a cuestionarle sus convicciones hipocondríacas.

Convencer al resto de familiares y amigos de que dejen de reforzar con su atención las continuas quejas y demandas de opinión. Explicarle que su preocupación es como una planta; cuando habla de su enfermedad es como si la hiciera crecer más y más, por lo que conviene establecer un pacto para eliminar este asunto de las conversaciones diarias.

Animarle a que se implique en sus actividades habituales de ocio y en aquéllas que le ayuden a mejorar su control de la activación (sea meditación o tai-chí). Es necesario ayudarle a valorar con posterioridad si éstas hacen que se sienta mejor o peor en términos generales para facilitar su continuidad.

No hay comentarios: